martes, 9 de marzo de 2010

La testigo Ana María Careaga ratificó el embarazo de una detenida del Atlético

Ana María Careaga, sobreviviente del centro clandestino de detención porteño conocido como Club Atlético, detalló el funcionamiento de este verdadero "campo de concentración" y, tal como hizo en el juicio contra el ex gendarme Víctor Rei, confirmó el embarazo de la desaparecida Liliana Fontana (Paty).
Careaga aportó al debate oral una revista del año 1984 en la que se ve una foto de Chela Fontana, madre de Paty y Abuela de Plaza de Mayo, en una manifestación. En la marcha, Chela llevaba una pancarta con la foto de su hija Liliana Fontana. Careaga, que también participaba del reclamo, reconoció a Paty, de quien hasta entonces no conocía su nombre, sólo su apodo.
Además, la testigo apoyó su declaración con imágenes de la reconstrucción del Club Atlético, demolido en plena dictadura para dar paso a las flamantes autopistas que desgarraron la ciudad de Buenos Aires. Entre los objetos recobrados del centro de detención, Careaga consignó un par de medias rojas, las mismas que identificaron en una inspección ocular la Abuela Chela y su hija Graciela Fontana, hermana de Paty. Según fuentes cercanas a la causa, el TOF Nº 2 considera especialmente importantes este tipo de evidencias, tan menores como contundentes.
La declaración de Careaga prosiguió describiendo las prácticas nazis de los represores del Atlético. "Tenían un ensañamiento especial contra los ciudadanos de origen judío", a quienes el ex subcomisario Samuel Miara los hacía "ladrar como perros y dar la patita", a la vez que le recalcaba que ellos eran "nazis" y los "iban a matar a todos".
Careaga -cuya madre fue secuestrada con el primer conjunto de Madres de Plaza de Mayo por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada en 1977- subrayó que según las estimaciones de los sobrevivientes pasaron por el Atlético entre 1.500 a 1.800 personas.
La mayoría de los secuestrados fueron desaparecidos mediante la metodología de "traslados" como se conocía a los "vuelos de la muerte", mientras que otros fueron llevados al Banco, en la autopista Ricchieri y Camino de Cintura, y luego al Olimpo en cercanías del cuartel de Tablada.
La testigo fue secuestrada el 13 de junio de 1977 a los 16 años, cuando tenía un embarazo de tres meses, y en el Club Atlético fue torturada con picana eléctrica y golpes que le provocaron más de un centenar de heridas constatadas por los médicos forenses antes del juicio a las Juntas Militares, en 1985.
Su secuestro se produjo en Juan B. Justo y Corrientes, donde dos individuos la trasladaron en el baúl de un automóvil.
Desde un primer momento la obligaron a desnudarse para luego someterla a sesiones de tortura, aplicando "el método que se había aplicado por los franceses en Argelia o se enseñaba en la Escuela de las Américas", señaló.
"Dejé de llamarme Ana María Careaga para llamarme K-04", ya que su objetivo era "despersonalizar al sujeto", indicó, al tiempo que recordó que le arrojaban baldazos de agua fría y le colocaban anillos de metal en las manos "para que pasara mejor la corriente".
"Durante la tortura -enfatizó- lo único que uno quiere es morirse", a la vez que relató que los detenidos permanecían "todo el día con los ojos vendados", menos aquellos que estaban "destabicados", en referencia a los que eran utilizados para las tareas de limpieza y reparto de comida.
Entre los torturadores que reconoció y están siendo juzgados se encuentran el ex subcomisario Samuel Miara, alias Cobani; Juan Carlos Falcón, alias Kung Fu; Eduardo Emilio Kalinec, alias doctor Ka; y Eufemio Jorge Uballes, alias Anteojo Quiroga o Fuhrer. En su extensa declaración -que incluyó la proyección de un trabajo de investigación con profusa información acerca del Club Atlético- recordó además que en las primeras semanas no reveló a su captores que se encontraba embarazada.
Careada describió las celdas como un espacio de aproximadamente 1.5 metros por 2 metros y detalló que cuando los detenidos se quitaban las vendas de los ojos para hablar "nos sacaban de las celdas para torturarnos".
Explicó luego que a los dos meses de estar detenida "se empezó a mover mi bebé y eso me cambió totalmente porque ya no estaba sola".
"Era una victoria en medio de tanta muerte, en medio de tanto horror. Fue un privilegio haber estado ahí y no haber estado sola", fue el conmovedor relato de la testigo, que denunció que los torturadores "tenían un ensañamiento especial contra los ciudadanos de origen judío".
En ese sentido, destacó que una vez sintió "como ladridos de perro que no parecían de perro" y que después se enteró que "Miara hacía ladrar y mover la patita" a los judíos. "En la Argentina perseguimos a los judíos porque nosotros somos nazis y los vamos a matar a todos", se jactaban, según relató la testigo.
La ex detenida se prometió en vísperas de su liberación -cuatro meses después de haber sido detenida- que "si alguna vez" salía del centro clandestino tenía que "denunciar lo que pasó; el funcionamiento de los campos de concentración", lo que en los hechos cumplió durante el juicio a las Juntas y este martes, en una audiencia en la que fue aplaudida por el público, integrado en su casi totalidad por ex detenidos, familiares y miembros de organismos de derechos humanos.
La mayoría de los represores a los que mencionó y son acusados en el juicio por violaciones a los derechos humanos hicieron uso del derecho a retirarse antes de comenzar la declaración de la testigo.
(Fuente: Terra.com)

jueves, 18 de febrero de 2010

Una ex detenida del Banco aportó elementos para un caso de Abuelas

Nora Beatriz Bernal, ex detenida en el CCD El Banco, declaró ante el TOF N° 2, encargado de juzgar los crímenes cometidos en el circuito ABO. Bernal, cuyo testimonio fue solicitado por Abuelas, confirmó haber compartido cautiverio con la desaparecida embarazada Lucía Tartaglia.

Apenas llegó al centro clandestino, Bernal fue atendida por Lucía, quien formaba parte del “consejo”, tal como le llamaban al grupo de detenidos obligados a realizar tareas de limpieza, enfermería y cocina. Bernal, herida en una mano durante el operativo de secuestro, le impresionó la suavidad de la mano de Lucía, en contraste con semejante horror. Su segundo y último contacto con Lucía fue al momento de ser liberada, en junio de 1978. En esta oportunidad, Bernal le pidió el sweater que Lucía llevaba puesto, y ésta se lo cedió. La testigo confirmó ante el tribunal que Lucía estaba embarazada.

La Flaca” Tartaglia, tal como le decía su familia, nació el 6 de junio de 1953 en Santa Rosa, La Pampa. Militaba en la JUP. Fue secuestrada el 27 de noviembre de 1977 en la ciudad de La Plata. Por testimonios de otros sobrevivientes pudo saberse que también permaneció detenida en el Club Atlético y en El Olimpo y que se encontraba embarazada. Durante su cautiverio la llamaban La Anteojo. Lucía fue retirada del Olimpo para dar a luz a fines de diciembre de 1978 o principios del mes de enero de 1979. La joven y el/la niño/a que nació en cautiverio continúan desaparecidos.

A posteriori, los jueces dispusieron la proyección de un video del programa “Telenoche Investiga”, con espeluznantes declaraciones del Turco Julián. “El criterio general era matar a todo el mundo”, afirmó el represor en el reportaje. Con buen criterio, el tribunal decidió que el Turco Julián se quedara en la sala presenciando el video, cosa que hizo, hundido en su silla y con las manos agarrándose la cabeza.

jueves, 11 de febrero de 2010

Declaró la hermana de una desaparecida-embarazada

Silvia Graciela Fontana, hermana menor de una desaparecida, declaró ayer en el juicio oral contra los represores del circuito ABO. En su declaración narró el secuestro de su hermana Liliana (“Paty”) y su cuñado Pedro (“Erico”) acaecido el 1º de julio de 1977, tal como hizo en ocasión del juicio contra el ex gendarme Víctor Rei por la apropiación del hijo de la pareja, Alejandro.
Silvia detalló cómo fue la búsqueda de Paty y Erico; los hábeas corpus; la lucha de su madre Chela, una Abuela de Plaza de Mayo; los testimonios de sobrevivientes que confirmaron el nacimiento de su sobrino, y la última noticia sobre Paty brindada por un ex detenido del CCD La Perla, de Córdoba, ya sin su bebé y visiblemente maltratada.
La declaración de Silvia dejó en claro el papel decisorio del Turco Julián en el CCD Club Atlético, adonde estuvieron cautivos Paty y Erico. La fiscalía solicitó al tribunal que la mujer pudiera ver las fotos de legajo de los imputados para señalar al represor que comandó el secuestro, a lo cual las defensas de los acusados se negaron. No obstante, luego de media hora de deliberación, los jueces permitieron que la testigo observe las fotos.
Con la voz entrecortada, Silvia dijo sobre el Turco Julián: “Ojalá algún día su conciencia haga que le pueda decir a mi madre dónde está mi hermana”.

Un sobreviviente del Olimpo relató el calvario que vivió él y su familia

De chico Juan Agustín Guillén padeció polio y perdió parte de una pierna. Desde entonces usa prótesis y muletas. En los años 70 fue uno de los fundadores del Frente de Lisiados Peronistas (FLP), la primera agrupación de discapacitados en participar de un movimiento político. Sorprendía verlos a todos juntos en las multitudinarias marchas de esos años, cuando todavía sus problemáticas permanecían más invisibilizadas que ahora.
Guillén arrancó su testimonio –que se extendió por casi dos horas– con la imagen de su ex mujer, Mónica, embarazada de cuatro meses, exactamente el 7 de diciembre de 1978. “Ya teníamos un hijo, Juan Pablo. Fuimos a la zona de Pacífico a mirar regalos para navidad. En un momento, ella me dice que tenía ganas de llamar a la mamá. Busqué un teléfono público, ella se quedó ahí y yo le compré un ramo de jazmines. Cada vez que le compraba un ramo de jazmines algún lío teníamos”, recordó Guillén, permitiéndose una sonrisa.
–Tengo una buena noticia –dijo Mónica–. Mi vieja me contó que llamó Trudi.
Trudi era el apodo de Gertrudis Hlaczik, esposa de José Livorio Poblete Roa, otro de los fundadores del FLP. “Mónica y Trudi habían ido a la escuela juntas, eran muy amigas, pero hacía como un año y medio que no se veían”, precisó Guillén. Mónica, que era ciega, insistió en visitar a su madre esa misma tarde pese al desacuerdo de su marido. Éste, por su parte, volvió para Villa Domínico, el barrio donde vivían, recogió a su hijo de cuatro meses de lo de una vecina, lo bañó, lo durmió y se puso a leer un libro que se había comprado un rato antes en la estación Constitución.
“Estaba tan interesante el libro que no me di cuenta del paso del tiempo, dos, tres horas pasaron. En eso, la cortina se movió de una manera muy rara, seguí leyendo, levanté la vista y vi la cabeza de un hombre que se asomaba por la ventana”.
–No te muevas o te vuelo la cabeza –fue la orden, y de inmediato ingresaron a la vivienda “cinco o seis hombres” fuertemente armados–. ¿Dónde están los fierros?
–Acá no hay ningún fierro –respondió Guillén, cuyos únicos fierros eran sus muletas y su prótesis.
–¿Dónde están los dólares? –preguntaron entonces.
–¿Qué dólares? –repreguntó Guillén mientras los intrusos subían la escalera y bajaban con el niño.
–Te vamos a llevar a vos y al nene –dijo el hombre que comandaba el operativo.
Así fue. A Guillén lo esposaron, le vendaron los ojos y lo metieron a un coche. Su hijo Juan Pablo, adelante, en brazos de un represor. Cuarenta y cinco minutos después, el testigo escuchó un portón abriéndose y al vehículo estacionarse. Lo bajaron y lo condujeron hasta una oficina. De allí lo trasladaron a través de un pasillo. “Yo percibía que había varias personas pero todas en silencio –dijo Guillén–, y se sentía el olor a tabaco de filtro”. Finalmente, se detuvieron.
–Yo soy el Turco Julián –se presentó el represor.
–¿Dónde está mi señora? –preguntó Guillén.
–Contame todo.
–No sé qué quiere que le cuente.
–Ponete contra la pared.
Julio Simón, tal el nombre real del represor, comenzó a golpearlo en la espalda. Le pegó y le pegó hasta que Guillén cayó agotado. Lo encerraron en un tubo cuyo único objeto era un colchón lleno de sangre. El torturado trató de calmar el dolor en la espalda frotándose contra el frío cemento del piso. Al día siguiente los secuestradores le exigieron a Guillén que escribiera “todo”. El hombre simplemente confirmó lo que sus victimarios ya sabían: que había militado en Cristianos para la Liberación y en el FLP.
De vuelta en el tubo, Guillén conoció la rutina del centro clandestino. Luz artificial durante todo el día, el ruido de un extractor de aire, los gritos de los supliciados. “Era enloquecedor”, dijo Guillén. Cierto día, escuchó una voz conocida. Era la de Trudi Hlaczik, la amiga de su mujer. “Entonces me paré, la vi pasar y la llamé en voz baja”.
–A Mónica le dieron picana. Está en la enfermería con pérdidas –le dijo Trudi, que formaba parte del grupo de detenidos obligados a limpiar el lugar.
Guillén le vio un moretón que le cubría la mitad de la cara. El represor Colores, al momento de secuestrarla, le había dado un culatazo con una Itaka. Guillén le preguntó a Trudi por su beba, Claudia Victoria. “Ya se la mandaron a mis viejos”, respondió Trudi, que aún no sabía que su hija ya había sido apropiada.
En su testimonio, Guillén mencionó a varios ex detenidos con quienes compartió su cautiverio en El Olimpo, muchos por sus apodos. “Hueso, Susana Caride, Mario Villani y su señora, Laura, Rengel, Isabel Fernández Blanco, el Pato y la Pata, Isabel Cerruti junto a otros familiares, Julia Zabala Rodríguez, Ernesto y la Negrita, Chocolate, Pepe, Jorge Paladino”. Asimismo, confirmó que Marta Vaccaro, quien continúa desaparecida, estaba embarazada.
Días después, Mónica, la mujer de Guillén, fue sacada de la enfermería y encerrada en el mismo tubo que su marido. El hijo de ambos fue llevado con la madre de Mónica. Guillén se encontraría luego con José Poblete. Se abrazaron. Pepe le pidió que cuando saliera en libertad fuera a visitar a su madre, Buscarita, promesa que Guillén cumplió. Pese a que lo liberaron, Guillén y su esposa estuvieron bajo vigilancia durante más de dos años.

martes, 2 de febrero de 2010

Tres hijos de desaparecidos evocaron las historias de sus padres

Con todas las partes representadas en la sala, se reiniciaron hoy las declaraciones testimoniales del juicio por los crímenes cometidos en el circuito ABO. El primer turno fue para Fernando Daniel Tocco Basualdo, cuyo padre desapareció el 12 de junio de 1977, un mes antes de que él naciera, de allí que su relato se basó en la reconstrucción familiar del hecho.
“Lo detuvieron en la vía pública, entre la una y las tres de la tarde, no hay testigos del secuestro. Era empleado, no había terminado la secundaria, tenía apenas veinte años”, contó Fernando, quien agregó que desde ese momento su madre, María Esther Basualdo, extremó las precauciones porque también la buscaban a ella. Fernando consignó que los sobrevivientes Ana María Careaga y Miguel Ángel D’Agostino vieron a su padre en el CCD Club Atlético.
Acto seguido, declaró ante el TOF Nº 2 Julieta Risso, hija de los desaparecidos Daniel Risso y Nidia Puerta. “Ella era maestra y tenía un fuerte compromiso con Cristo. Mi papá se crió en Gualeguaychú hasta que terminó la secundaria y se vino a Buenos Aires a estudiar educación física”, detalló, “con mi mamá se conocieron en un campamento de los grupos juveniles de la iglesia”.
Nidia, la madre, era de Villa Celina, donde hacía trabajo de base junto con su marido. “Participaron de Liberación Igualdad Cristiana, donde publicaban una revista. Después se comprometieron más profundamente y militaron en el peronismo, inicialmente en la agrupación 9 de Junio, luego en el MR17 que más tarde se fusionaría con el FRP convirtiéndose en el FR17”.
Mientras iban cayendo compañeros de militancia, las fuerzas represivas los fueron a buscar a la casa de sus abuelos. Golpes, amenazas e interrogatorios debieron padecer sus abuelos y un peón de la pizzería familiar, a quien incluso le llegaron a gatillar sin balas para que hablara.
El 11 de septiembre a la noche, mientras celebraban el cumpleaños de Noel Hugo Clavería, un compañero que vivía con ellos en un departamento de Villa Tesei (por entonces Morón), sintieron pasos en los techos y apagaron las luces. “Enciendan las luces si no abrimos fuego”, gritaron los secuestradores. “Hay chicos y una mujer embarazada”, respondió el papá de Julieta. “Salgan con las manos en la cabeza”, fue la orden. Así procedieron. A Daniel Risso y a Clavería los tabicaron, esposaron y golpearon. A María Esther la hicieron revolver toda la casa en busca de información incriminatoria.
“Los vecinos, hasta hoy, tienen miedo de hablar del tema. Fue un operativo muy grande”, explicó Julieta. A poco de llevarse a su padre, hicieron lo propio con su madre.
Culminado el testimonio de Julieta, fue el turno de su hermano, Pablo Martín Risso, que al momento del operativo era un niño de tres años. “Tengo recuerdos muy vagos de mi mamá y un perro que teníamos”, señaló, “recuerdo que a mi papá lo encapucharon con un vestido de mamá”. Por mucho tiempo, Pablo Martín no pudo ir a ningún cumpleaños porque rompía en llanto.
Pablo confirmó todos los dichos de su hermana. Añadió que los represores le dijeron a su abuelo que el boleto de compra-venta del departamento de Tesei estaba a nombre de su mamá, lo cual, según los represores, era prueba de que se trataba de una casa comprada por “la organización”, ya que habitualmente las ponían a nombre de las mujeres. Vaciaron el inmueble, hay vecinos que aseguran que se peleaban por el botín. Al abuelo le quitaron la chequera, le incautaron los fondos y le robaron la pizzería.
Entre el público, Julieta, su hermana, se abrazaba con Delia Barrera y Ferrando, sobreviviente del Atlético. Pablo, con las fotos de sus padres y visiblemente emocionado, cerró su declaración destacando el valor de que se juzgue a los responsables de la desaparición de sus padres.
Previo al comienzo de la audiencia de hoy, fiscalía y querella pidieron al tribunal que incorporara a la prueba reunida los documentos desclasificados recientemente por la presidenta Cristina Fernández referidos al Batallón 601, en donde figuran nombres de represores y sus respectivos alias (el de Guglielminetti por ejemplo, imputado en este juicio). La querella, tal como hizo antes la fiscalía, desistió dos testigos: la Abuela de Plaza de Mayo Buscarita Roa y su hijo Fernando Navarro Roa. Elevó la petición, asimismo, de que se reprograme la declaración de Natalia Matheu para el 5 de mayo próximo, pedido al cual hicieron lugar los jueces. A las 15.30, finalizado el veredicto de la causa LAPA, declarará el ex detenido-desaparecido Juan Agustín Guillén.

viernes, 29 de enero de 2010

Dos casos de Abuelas en la continuación del juicio por el circuito ABO

El próximo martes a partir de las 11 se reanudarán las audiencias testimoniales en el juicio por los crímenes cometidos en el circuito ABO. En primer lugar será el turno del ex detenido-desaparecido Juan Agustín Guillén, secuestrado en diciembre del 78 en Villa Domínico. Su declaración girará en torno a dos casos vinculados con Abuelas, las desapariciones del matrimonio Poblete-Hlaczik y de Marta Vaccaro, embarazada de siete meses al momento de su secuestro. Los siguientes testigos serán Fernando Daniel Tocco Basualdo, Julieta Risso y Pablo Martín Risso.
Todas las personas (mayores de 18 años) que deseen presenciar la audiencia tendrán que acreditarse con DNI o cédula en el 6º piso, ventanilla del TOF N 2 en Comodoro Py (Retiro). Las audiencias son en la Sala AMIA del subsuelo. La acreditación es antes de que empiece la audiencia.

martes, 22 de diciembre de 2009

"Ahora somos los dueños de sus vidas"

Por Natalia López
"Ahora somos los dueños de sus vidas". Eso fue lo que le dijeron a Rufino Jorge Almeida y a su mujer Claudia Estevez el día que los secuestraron. A partir de ese momento, pasaron a ser G55 y G56, primer indicio de lo que Almeida después describiría como una “metodología del miedo”.
Para obtener información sobre una persona (aparentemente adinerada) de nombre Viviana, los secuestradores llegaron a aplicarle picana y golpes de todo tipo, incluso con cadenas. Presenció, además, los maltratos perpetrados a su mujer, y la palabra “maltrato” queda chica cuando cuenta que le arrancaron parte del cuero cabelludo. Pero una de las peores torturas, a su criterio, fue estar ahí, escuchar los gritos, el dolor, los llantos, teniendo que además bancar humillaciones y promesas indignas como la de llevarlos a una “granja de recuperación”.
Su liberación tuvo que ver supuestamente con una “nueva política”: recuperar a la juventud. Para eso también había un plan. Primero la fantasía de obtener la libertad sin saber con certeza si eso iba a suceder realmente, luego nuevos interrogatorios y, una vez liberados, llegaron los controles -que eran visitas a distintas horas a su casa para asegurarse de que estuvieran siguiendo las órdenes acerca del comportamiento que debían mantener-. Por otro lado, todos los miércoles tenían la obligación de llamar a un número de teléfono para reportarse desde julio de 1978 hasta 1983, año en que la voz femenina que atendía le dijo a Almeida: “No llames más”. Ese llamado, impuesto, era lo que les recordaba que ellos “estaban ahí”.
Algunos de los torturadores identificados por el testigo fueron los apodados: Cobani, el Padre, Soler, Centeno, Facundo, el Polaco, Paco, Miguelito, Colores, el Turco Julián, Kung Fu, el Negro Raúl, Angelito y Rolando.
Una última acción, antes de liberarlos, fue el atrevimiento de llevar al padre de Almeida al último interrogatorio para que escuchara las actividades políticas/ gremiales en las que su hijo estaba involucrado. De ahí en más, sería “responsabilidad” del padre mantener a su hijo al margen de todo aquello.
Almeida fue claro y contundente en su testimonio, cuando describió el terror empleado por los represores: "Nos golpearon, violaron a las mujeres, nos torturaron. Ahora yo soy Abuelo, se robaron los bebés. ¿Qué les faltó? Comérselos en pedacitos".